miércoles, 23 de noviembre de 2011

Ángeles entre nosotros

Existen cientos de personas que se cruzan con nosotros a lo largo de nuestra vida. Aunque en su momento algunas de ellas estén cerca de nosotros en el período de su vida que les toca caminar a nuestro lado, son personas que no dejan trascendencia ni marca en nuestro ser.
Otros dejan impregnados con su recuerdo nuestra experiencia y aprendizaje, pero llegado un momento, solo en eso se transforman: en un recuerdo. Bueno o malo; depende de la individualidad de sus acciones hacia nosotros y del cómo incorporen las nuestras hacia ellos.
Pero, hay un selecto grupo de personas que aunque físicamente no puedan encaminar su andar a través de la vida junto a los nuestros, su compañía, su recuerdo, más fuerte que el de otros, tienen una significancia e importancia sin igual en nosotros.
Es a este grupo de personas a quien deseo referirme en este post.
Unos llegan y otros se van, pero indudablemente todos dejaron una huella indeleble en nuestro espíritu. A unos, su propio destino les lleva por rutas distintas a la nuestra.
Otros deciden por su cuenta dirigir sus pasos en una dirección opuesta a la nuestra.
Un grupo más pequeño es el que decide trastocar su propio destino para que, aún de manera esporádica, volver a cruzarse con el nuestro. Algunos van más allá y permanecen al lado nuestro, sin importar distancia, ocupaciones, intereses y gustos.
Aportan valores, sentimientos y momentos tan valiosos que resultaría imposible e impensable la cotidianeidad sin estas personas. Su presencia, cercana o distante se vuelve un alimento para el alma, A grado tal que requerimos su presencia o contacto para sentirnos bien.
Se convierten voluntaria o involuntariamente en el aliciente que determina el ánimo requerido para afrontar los trajines y tragedias que nos ocurren en el continuo día a día. Sus simples palabras, sus ánimos o su simple atención, son en distinta forma el aliciente que necesitamos para que el espíritu no decaiga.
Concluyo reflexionando que esos seres, más cercanos en ocasiones incluso que nuestra propia familia, a quiénes llamamos erróneamente amigos, pero que son nuestros ángeles guardianes, no son aquellos que te acompañan en la diversión o en los malos momentos, como muchos dicen.
Tampoco son aquellos que cambian su opinión de ti, por decisión propia o influida por otros. Tampoco son aquellos que imponen sus ideas, creencias y deseos disfrazándolos de un diplomático "estoy contigo y te apoyo en lo que decidas".
Un amigo (o ángel) es aquel que te valora por tus defectos más que por tus virtudes. Es el que te deja caer y cometer tus propios errores, pero que cuando te ve caído, es el que te tiende la mano sin recriminarte acerca de tus errores.
Es el que te da valor real y tangible por quien eres. El que descubre nuevas cosas de ti cada día. El que se sorprende y alegra por tus logros, aún cuando no esté de acuerdo contigo. El que no le importa estar a tres estados de distancia y aún así está presente a tu lado. Es el que te hace notar tus errores y que se mantiene fuera de tus decisiones, respetando tu individualidad.
Si tú, quien me honra con la atención de su lectura, has sido esa persona para alguien, te lo agradezco.
Si has tenido a alguien así en tu vida, te felicito. Recuerda: Para ese alguien no eres un amigo. Eres su ángel guardián. Aléjate de quien no te aporta, de quien con una sonrisa hipócrita te dice que es tu amigo pero que con sus acciones te aleja de tus verdaderos ángeles, por el sólo e innegable hecho de envidiar tu preciada posesión de amistad verdadera.
Conviértete en un ángel para alguien y no dejes que te alejen de los tuyos. Valora tus propios sentimientos, necesidades, prioridades y sobre todo, tus sueños.
Deja esa huella en alguien más y retribúyele con algo valioso a quienes la han dejado en ti.
Dirán cuanto rollo. Esto ya parece un libro de autosuperación. Nada más alejado de la verdad.
Esta es solo una manera de reconocer a quienes de una manera u otra han dejado una marca en mi camino. A quienes me han acompañado a lo largo de esta ruta que se llama vida. A quienes han reconocido en mi algo que les deja valor para sí mismos. A quienes, a pesar de mis errores siguen a mi lado.
A ustedes, mis alumnos, mis compañeros, mis amigos, mi familia: mis ángeles.
Muchas gracias.

sábado, 12 de noviembre de 2011

Todo final es un inicio.


Tuve un sueño. Soñé que la vida me cambiaba. Luego me cambió. ¿O acaso yo la cambié? Tal vez. Tomé decisiones, las cuales tal vez fueron erróneas, tal vez acertadas, pero de las cuales me he arrepentido. Pero fiel a mi lema, prefiero arrepentirme de las cosas que he hecho que de las que he dejado de intentar por miedo. Una lucha más llega a su fin y una nueva serie de decisiones se me presenta. Decisiones que tienen que ver con mis sueños y deseos, mi futuro y anhelos. Algunos de estos que no se llegaron a concretar, pero que me queda la satisfacción de haber dado hasta el último aliento por tratar de alcanzarlos. Solo me queda decir: gracias. Gracias a aquellas personas que a pesar de cortar de tajo mis esfuerzos, me han dejado una gran enseñanza. Enseñanza de mis errores y de mis aciertos. Gracias por tomarse el tiempo de haber compartido una parte de su vida conmigo.

Ahora la vida me marca una nueva ruta. Un tanto más difícil que las anteriores. No se si hago bien o mal en la decisión que tomo, de intentar seguir los intrincados vericuetos y dificultades que se vislumbran. Pero de nuevo, y fiel a mi principio primordial, decido tomar los riesgos por mayores que estos sean a vivir con la duda de qué habría pasado de haberme atrevido. Pes bien, me atrevo a pesar de que las posibilidades de éxito sean mínimas. Tanto por la naturaleza misma del reto, como por enfrentarme a mis propias limitaciones y temores. Es pues, un reto con varias facetas: dejar atrás el pasado, superándole completamente; tratar de conquistar la meta, por difícil que parezca y derrumbar las propias limitaciones que yo mismo me he autoimpuesto.

La meta no es sencilla. Alguien me dijo no hace mucho que amar es una decisión propia. Y a pesar de mi constante recopilación de intentos infructuosos, que no fracasos, de factores discímiles como distancia, intereses, capacidades, diferencias, etc., decido volver a creer que se puede amar, que vale la pena todo el dolor que se siente. Dicen que si no duele no es amor. En ese sentido, lo conozco bastante bien. Ha sido mi compañero constante de los últimos años. Pero me pregunto si vale la pena y me respondo con otra pregunta: ¿acaso no me hace esto sentir más vivo? Claro que si. Así que de nuevo en la misma sensación, en el msmo torbellino de ideas, sentimientos y sensaciones que ya acostumbro tener a mi alrededor, comienzo a andar en esta ruta desconocida y nueva para mi.

En ocasiones recibo señales que me alientan a avanzar. Otras señales directas que me dicen que no debo intentarlo porque se trata de un camino sin salida, sin final. Que no llegaré a ninguna parte, pero... ¿acaso el universo no ha sido descubierto por exploradores? Me precio de ser explorador, siendo en varias ocasiones el primer ser humano en poner pié en algun punto de nuestro mundo maravilloso. Aquí es lo mismo. Si no exploro el camino y las posibilidades de éxito, jamás sabré si era posible llegar a la tierra prometida a través de él.

Decido entonces darme una nueva oportunidad. Intentar llegar en esta ocasión. No se si tendré éxito, pero no me quedaré con la duda. Tal vez me arrepienta, tal vez no, pero definitivamente no me quedaré como expectador, viendo que pude ser yo quien logra llegar y culminar sus sueños.

No me digas que no lo intente porque ya estoy intentándolo.